La clave está en la capacidad de los padres de decodificar y escuchar lo que los hijos de una u otra forma expresan.
Antes de iniciar un proceso adictivo, depresivo, o un trastorno alimenticio dan alertas.
Saber escuchar es la clave para la detección de trastornos de la primera infancia, pubertad y adolescencia.
Los niños pequeños tienen un impulso que es parte natural de la evolución, el impulso a descubrir, hacia el conocimiento. Se llama (y suena como una enfermedad pero no lo es) epistemofilia. Es tarea de los adultos acotar estos embates de curiosidad infantil generándoles caminos para ella y, al mismo tiempo, privándolos de los peligros en los que pueden incursionar. Lo que llamamos, límites.
Si un pequeño de dos años siente el impulso irrefrenable de experimentar con los enchufes de su casa, los adultos sin dudarlo pondrán freno a esta intención. No dirán: “Que haga su experiencia, si se va a electrocutar que sea en casa”. De igual forma los adultos deberán proceder cuando estos pequeños se transformen en jóvenes.
Los adolescentes enferman en las adicciones, trastornos negativistas desafiantes, alimentarios, depresiones juveniles y otras patologías, por ausencia de respuestas necesarias de parte de los adultos a cargo. Saber escuchar lo que los hijos tienen para decir y dar cuenta de esto es un desafío en el que los adultos como cuerpo social estan en deuda.
Es cierto que la adolescencia es una etapa compleja, pero muy simple de ser leída si tenemos el foco puesto y podemos escuchar lo que dicen los chicos más allá de prejuicios, temores y tibiezas
Los hijos dan señales, siempre, veamos y tratemos de entender
En este último punto, es importante diferenciar los cambios naturales de humor de los adolescentes con modificaciones sustanciales en su estado de ánimo que puedan ser indicio de algún trastorno que no pueda ser verbalizado.
Recordemos que estas manifestaciones conductuales son a menudo la forma en la que los hijos piden ayuda que no están en condiciones de pedir de la manera más saludable, hablando.
Lo que no se verbaliza se actúa, y a eso los adultos deben de estar atentos. Sin obsesionarse, sin enloquecer y sobre todo, sin transformarse en espías ni hackers de sus propios hijos.
La confianza es un elemento esencial en la relación con ellos, construyamos este puente desde el diálogo y el disfrute compartido en lo cotidiano. No desde el miedo, ni el control extremo, esto resta en el vínculo y nada bueno aporta.
Fuente:
Alejandro Schujman es psicólogo especializado en familias. Director de Escuela para padres. Autor de Generación Ni-Ni, Es no porque yo lo digo y coautor de Padres a la obra.